jueves, junio 04, 2009

Un Llamamiento que precede a la insurrección que viene.


Llamamiento; y otros fogonazos (Acuarela & A. Machado, Madrid, 2009)

 

Se reúnen aquí un conjunto de escritos hermanos, un conjunto de textos que emanan de un mismo punto del espíritu cuya localización se indicó, en otros lugares y entre otras mil posibles, mediante la mención Tiqqun o Comité Invisible.

 

"Hemos nacido en la catástrofe y hemos establecido con ella una extraña y apacible relación de costumbre. Una intimidad, casi. Hasta donde nos alcanza el recuerdo, no ha habido otra actualidad que la de la guerra civil mundial. Hemos sido educados como supervivientes, como máquinas de supervivencia. SE nos ha formado en la idea de que la vida consiste en avanzar, avanzar hasta derrumbarse en medio de otros cuerpos que marchan idénticamente, que tropiezan y se derrumban, a su vez, en la indiferencia. Como mucho, la única novedad de la época presente es que nada de todo esto puede ya ocultarse, que en cierto sentido todo el mundo lo sabe. De ahí el reciente endurecimiento, tan evidente, del sistema: sus resortes están al desnudo y no serviría de nada querer escamotearlos.

 

Muchos se asombran de que ninguna fracción de la izquierda o de la extrema izquierda, de que ninguna de la fuerzas políticas conocidas sea capaz de oponerse a este curso de las cosas. "¿Sin embargo estamos en democracia, no?". Y pueden asombrarse para rato: nada de lo que se expresa en el marco de la política clásica podrá jamás detener el avance del desierto,

ya que la política clásica es parte del desierto.

Cuando decimos esto, no es para preconizar una política extra-parlamentaria como antídoto a la democracia liberal. El famoso manifiesto "Somos la izquierda", firmado hace unos años por todos los colectivos ciudadanos y "movimientos sociales" franceses, enuncia suficientemente la lógica que, desde hace treinta años, anima la política extra- parlamentaria: no queremos tomar el poder, derribar el Estado, etc.; luego, queremos ser reconocidos por él como interlocutores.

 

Allí donde reina la concepción clásica de la política, reina la misma impotencia frente al desastre. Que esta impotencia sea modulada por una amplia distribución de identidades finalmente conciliables no cambia nada. El anarquista de la Fédération Anarchiste (FA), el comunista de los consejos, el trotskista de Attac y el diputado de la UMP [derecha francesa] parten de una misma amputación. Propagan el mismo desierto.

La política, para ellos, es lo que se juega, se dice, se hace y se decide entre los hombres. La asamblea, que los reúne a todos, que reúne a todos los humanos haciendo abstracción de sus mundos respectivos, conforma la circunstancia política ideal. La economía, la esfera de la economía, deriva lógicamente de ello: como necesaria e imposible gestión de todo lo que dejamos en la puerta de la asamblea, de todo lo que ha sido constituido de ese modo como no-político y convertido luego en familia, empresa, vida privada, pasatiempos, pasiones, cultura, etc.

Es así cómo la definición clásica de la política propaga el desierto: abstrayendo a los humanos de su mundo, separándolos de la red de cosas, de costumbres, de palabras, de fetiches, de afectos, de lugares y de solidaridades que conforman su mundo. Su mundo sensible. Y aquello que les otorga su consistencia propia.

 

La política clásica es la gloriosa puesta en escena de los cuerpos sin mundo. Pero la asamblea teatral de las individualidades políticas disimula mal el desierto que es. No hay sociedad humana separada del resto de los seres. Hay una pluralidad de mundos. Mundos que son aún más reales en tanto que son compartidos. Y que coexisten.

La política, en verdad, es el juego entre los diferentes mundos, la alianza entre aquellos que son compatibles y el enfrentamiento entre los irreconciliables.

 

Y añadimos que el hecho político central de estos últimos treinta años ha pasado desapercibido. Porque se ha desarrollado en una capa de lo real tan profunda que no puede llamarse "política" sin ocasionar una revolución en la noción misma de política. Porque a fin de cuentas, esta capa de lo real es aquella donde se elabora la partición entre lo que se admite como real y el resto. Este hecho central es el triunfo del liberalismo existencial. El hecho de que se admita en lo sucesivo como natural una relación con el mundo basada en la idea según la cual cada uno tiene su vida. Que esta consiste en una serie de elecciones, buenas o malas. Que cada uno se define por un conjunto de cualidades, de propiedades, que hacen de él, según una ponderación variable, un ser único e irremplazable. Que el contrato sintetiza adecuadamente el compromiso de los seres entre sí, y el respeto, toda virtud. Que el lenguaje no es más que un medio para hacerse entender. Que cada uno es un mi-yo entre los otros mi-yo. Que el mundo está en realidad compuesto de cosas a gestionar y de un océano de mi-yoes. Que estos últimos tienen, por otra parte, la enojosa tendencia a transformarse en cosas a fuerza de dejarse gestionar.

Por supuesto, el cinismo sólo es uno de los posibles rasgos del infinito cuadro clínico del liberalismo existencial: la depresión, la apatía, la deficiencia inmunitaria todo sistema inmunitario es de entrada colectivo, la mala fe, el hostigamiento judicial, la insatisfacción crónica, los vínculos negados, el aislamiento, las ilusiones ciudadanas o la pérdida de toda generosidad, también forman parte de este.

 

Finalmente, el liberalismo existencial ha sabido propagar tan bien su desierto que los más sinceros izquierdistas enuncian sus utopías usando sus mismos términos:

"Reconstruiremos una sociedad igualitaria en la que cada uno aporte su contribución y de la que cada uno reciba las satisfacciones que espera. [...] Por lo que hace a los deseos individuales, podría ser igualitario que cada uno consuma a la medida de los esfuerzos que esta dispuesto a aportar. Será necesario redefinir el modo de evaluación del esfuerzo hecho por cada uno", escriben los organizadores del "Village alternatif", anticapitalista y antiguerra, contra el G8 de Evian, en un texto titulado "¡Cuando hayamos abolido el capitalismo y el trabajo asalariado!". Aquí se halla una clave del triunfo del imperio: lograr mantener en la sombra, rodear de silencio, el terreno mismo donde este maniobra, el plano sobre el cual libra la batalla decisiva: el diseño de lo sensible, el ajuste de las sensibilidades. De modo que paraliza preventivamente toda defensa en el mismo momento en el que opera, destruyendo incluso la idea de una contraofensiva. La victoria se consigue cada vez que el militante, al final de una dura jornada de "trabajo político", se desploma frente a una película de acción.

 

Cuando nos ven retirarnos de los penosos rituales de la política clásica la asamblea general, la negociación, la contestación, la reivindicación, cuando nos oyen hablar de mundo sensible más que de trabajo, de papeles, de jubilaciones o de libertad de circulación, los militantes nos miran con lástima. "Pobres, parecen decir, se están resignando a ser minoritarios, se encierran en su ghetto, renuncian a extenderse. No serán jamás un movimiento." Nosotros creemos exactamente lo contrario: son ellos los que se resignan a ser minoritarios, hablando su lenguaje de falsa objetividad, cuyo único valor es el de la repetición y la retórica. Nadie se engaña con respecto al disimulado desprecio con el que hablan de las preocupaciones de "la gente", lo que les permite ir del parado al sin papeles, del huelguista a la prostituta sin jamás ponerse en juego, porque este desprecio es una evidencia sensible. Su voluntad de "extenderse" es sólo una manera de huir de los que ya están ahí, de aquellos con los que, sobre todo, temerían vivir. Y finalmente, aquellos a los que les repugna admitir la significación política de la sensibilidad, son los más expuestos a los lamentables efectos de atracción de la sensiblería. Mirándolo bien, preferimos partir de núcleos densos y reducidos que de una red amplia y débil. Hemos conocido suficientemente esa cobardía". 

1 comentario:

Anónimo González dijo...

Qué difícil es dejar de sentirte como un funambulista haciendo equilibrios sobre el vacío. Qué difícil no sentir que tu modo de agujerear la realidad, ese manto que lo cubre todo, es inoperativo ante sus infinitas fuerzas. Qué difícil no sentir el desaliento por no saber oponer tu cuerpo a este simulacro de vida. Qué difícil encontrate con los otros, los otros que de algún modo también son tú, aún sabiendo que están ahí.